Educación Ambiental: ¿Optimización del status quo o cambio transformador? (Parte II)
Santiago, martes 26 de agosto de 2014, por Luis Alberto Gallegos, editorial Boletín GAL.- Nuestra opción, como educadores y, simultáneamente, educandos del proceso educativo, es generar propuestas, contenidos, pedagogías y metodologías que posibiliten una transformación local y global de nuestras sociedades, contribuyendo a hacerlas más sustentables y más humanas.
Existen varias lecturas y opciones para el ejercicio de la educación ambiental. Está la visión de quienes pretenden visibilizar sus propias experiencias de gestión e interpretación, intentando replicarlas como “modelo” a seguir por otros actores.
Está aquella que debe cumplir con uno de los requerimientos de determinado proyecto ambiental y, por tanto, lo incluyen como un componente de publicitación de su propia gestión. Está, también, la de aquellos que adoptan la educación ambiental como un instrumento difusor u homogeneizador de determinadas percepciones ideológicas o políticas.
El concepto de educación ambiental es lo suficiente amplio, diverso y heterogéneo que permite múltiples e infinitas interpretaciones y praxis. Cada quien está en su derecho de aplicar la que mejor le acomoda a sus propósitos. Lo mismo, desde otra disciplina, se puede decir de la comunicación ambiental.
En esta nota vamos a reflexionar acerca de la visión que nos acompaña desde hace algún tiempo en el Instituto de Ecología Política (IEP) y en el Boletín GAL y que nos resulta particularmente útil y necesaria para nuestro propósitos de contribuir al cambio de esta sociedad neoliberal y depredadora, a una sustentable y liberadora.
Dos opciones
Todo proyecto pedagógico ambiental está inserto en un macrosistema determinado y, como un subsistema cultural, interactúa con otros subsistemas generando estabilización o alteración del sistema socio ambiental al que pertenece.
Es decir, la educación ambiental es posible que, o contribuye al mantenimiento del status quo o promueve su modificación. No hay otra opción. Por ejemplo, podemos producir una excelente educación ambiental sobre la eficiencia energética, y sus resultados no necesariamente cuestionen al sistema vigente, sino que, por el contrario, favorezcan su vigencia y su optimización técnico-económica.
En otras palabras, la educación ambiental -más allá de sus novedosas herramientas pedagógicas innovadoras o participativas-, puede tener dos rasgos: o se constituye en un soporte del sistema o se convierte en un interpelador del mismo.
Educación y cultura
En cualquiera de los dos casos señalados, la educación ambiental tiene una notable connotación no siempre explicitada: es expresión de la visión cultural que sustente al educador y, a su vez, un potente factor culturizador de los participantes del proceso educativo.
Y, cuando hablamos de cultura en este ámbito, nos estamos refiriendo, por cierto, al ideario, cosmovisión, esperanzas, proyectos y estrategias de quién genera el proceso educativo. Es decir, un conjunto de valores que están implícitos en el acto educativo.
Por tanto, consideramos que todo proceso educativo debiera, no solo transparentar las propias opciones culturales del educador, sino sobre todo generar un proceso reflexivo, crítico y autónomo de parte de los educandos.
En definitiva, tal como nos dicen María Novo y Antonio Elizalde: se trata de impulsar un “modelo de educación que sea instrumento para una práctica social transformadora, donde el aprendizaje colaborativo y creativo constituye su núcleo esencial y que busca ´introducir en el corazón del acto educativo los problemas de la sociedad, desde la escala local hasta la global´”. (Cursivas del autor)
Cultura y empoderamiento ciudadano
Ahora bien, en el escenario socio ambiental, la educación, como expresión de una cultura determinada y como factor culturizador de la sociedad civil, es un extraordinario componente del empoderamiento ciudadano.
Empoderamiento ciudadano ambiental que se ha venido desarrollando en los años recientes producto de un elemento clave en la educación ambiental: la calle.
Sin participación ciudadana mediante sus movilizaciones locales, regionales, nacionales y globales, no habría modo de gestar una educación ambiental transformadora. Es más, la calle y las movilizaciones ciudadanas constituyen el principal instrumento pedagógico de la educación ambiental.
Desde nuestra perspectiva, no basta con disponer de extensa teorías, técnicas e ilustración académica sobre el medio ambiente para generar una educación ambiental transformadora. Es necesario partir de la práctica, entenderla y analizarla críticamente y volver a la práctica. Al decir de uno de los grandes maestros de la historia, no basta con interpretar el mundo, hay que transformarlo.
Además, el propósito de toda educación ambiental no es sino diseminar una visión acerca de la sustentabilidad y, en este sentido, sus objetivos son generar hegemonía cultural desde los educandos.
Sea cual fuere el carácter de la educación ambiental, no existe otro propósito que producir un fomento de la cultura que la sustenta, de modo connotado o denotado. Y ello no es sino construir y generar hegemonía socio cultural y ambiental en el conjunto de la sociedad.
Desde nuestra perspectiva, la educación ambiental transformadora tiene una diversidad de raíces, vertientes y perspectivas. Todas son válidas y existe un abanico amplísimo de sus representantes en Chile y América Latina. A todos ellos y a todas ellas nuestro respeto y valoración por su gran aporte a la liberación de nuestras comunidades.
Nuestra opción, como educadores y, simultáneamente, educandos del proceso educativo, es generar propuestas, contenidos, pedagogías y metodologías que posibiliten una transformación local y global de nuestras sociedades, contribuyendo a hacerlas más sustentables y más humanas. (Fin Parte II)
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