Copenhague: El partido a punto de empezar
Santiago, Chile, miércoles 2 de diciembre de 2009, por Luis Alberto Gallegos, editorial de Boletín GAL.- Desde hoy iniciaremos una sección especial sobre la Cumbre de Copenhague, a efecto de poder informar acerca de un evento cuyos acuerdos tienen implicancias globales y locales. La ciudadanía de Chile y América Latina no puede estar fuera de esta Cumbre que marcará la calidad de vida y la propia existencia de la humanidad global y local.
El Boletín GAL invita a sus lectores a publicar opiniones, cartas, notas, artículos y otras informaciones en esta sección. La participación ciudadana en torno a esta Cumbre es importante. Sus opiniones son bienvenidas.
¿Quiénes deciden en Copenhague?
Aunque la ciudadanía deseara otra situación, lamentablemente quienes tienen las decisiones en sus manos son principalmente los EEUU y China, quienes, a su vez, son los mayores emisores de gases de efecto invernadero del planeta.
Los países en vías de desarrollo o los No miembros del Anexo 1, tienen poca capacidad de acción, pero pueden realizar propuestas, emplazamientos e incluso dar “golpes de mesa”, del mismo modo como lo hizo África en Barcelona. Ahora lo pueden hacer, si se lo proponen, América Latina, África y los países en situación de riesgo de extinción como Tuvalu y las Maldivas.
Hoy se juega en Copenhague el primer tiempo de un partido clave: la sobrevivencia del planeta. El segundo tiempo podría ser en diciembre de 2010 en México, o quizá más adelante.
Los EEUU han tratado de mostrar que el presidente Barack Obama se encuentra “atado de manos” ante la aún inexistente ley de cambio climático que el Senado norteamericano probablemente aprobará a principios o mediados de 2010. Sin embargo, pareciera que Obama pudiera tener esa excusa para apenas adoptar lo que en Alemania se ha considerado como “ridículo” de comprometerse a apenas un 17% de reducción de emisiones.
China, por su parte, ha indicado que podría estar en condiciones de reducir sus emisiones a un 20%, pero sujeta a lo que ha denominado la “intensidad energética”, un cálculo de emisiones sujeta a la unidad de su producto interno bruto, PBI. Algunos, huelen a trampita…
La Unión Europea se ha manifestado éticamente sólida y firme con su compromiso de reducir en 20% las emisiones para el 2020, en relación a 1990. No obstante, luego de haber liderado el proceso previo a Copenhague, ha debido admitir que los EEUU y China son los grandes decidores. A menos que Alemania diga lo contrario en plena Cumbre. Japón, comprometido a una reducción de un 20% de sus emisiones, está sujeto a lo que finalmente definan los EEUU.
Los acuerdos
Es casi una “crónica anunciada” que la Cumbre de Copenhague no emitirá un acuerdo vinculante. No hay acuerdo en torno a voluntad y decisiones políticas, ni a cifras de reducción de emisiones, ni a números de financiamiento que los países desarrollados se comprometan a apoyar a los países en vías de desarrollo para la adaptación.
Lo más probable es que en Copenhague se firme un primer acuerdo político de buenas intenciones de los países desarrollados o miembros del Anexo 1, con la adición de los países No miembros del Anexo 1. Tampoco habría la certeza o garantía de que en la Cumbre Ambiental de diciembre de 2010 de México, se pueda suscribir un acuerdo vinculante, tal como la ONU confía con esperanza. Quizá incluso en Ciudad de México, también se suscriba otro acuerdo político de buenas intenciones número dos.
Hay tantos intereses corporativos, económicos y geopolíticos en juego, que a estas alturas del partido, nadie puede poner sus manos al fuego de que en un año más, el cambio climático será definitivamente refrendado con un pacto irreversible y de largo plazo por las naciones involucradas.
Lo más razonable es pensar es que Copenhague –y quizá México- sean “cumbres de tránsito o provisorias”. Con esperanza, confiamos en que la sensatez de los líderes mundiales les permita adoptar definiciones entre el 2011 y el 2012, plazo en que expira el protocolo de Kioto.
Chile
Chile hasta el momento no se ha definido con cifras. Aunque hay que admitir que sí lo ha hecho con voluntad y decisiones políticas. Y tampoco se ha definido –por lo menos que haya trascendido a los medios y la opinión pública-, con alianzas clave para esta Cumbre.
La lectura del escenario señalado nos indicaría que Chile probablemente se incline a afianzar alianzas con Brasil y México. Con Brasil debido a que ha sido el país –a contramano de todas les expectativas-, que ha optado por cifrar su reducción de emisiones entre 36 y 39% para el 2020. Lo que, en efecto, constituye una meta ambiciosa. Con México, porque ha sido el país que se la está jugando –aún sin definir cifras ni formas de operar-, por lo que ha denominado un Fondo Verde, que sería una modalidad de permitir el financiamiento de los países desarrollados a la adaptación de los países en desarrollo. En realidad, África ya lo ha venido exigiendo con firmeza, como una manera de pedir una indemnización por la deuda ambiental y climática de los países desarrollados.
Chile debe negociar en la Cumbre. Y es probable que lo haga con sus pares latinoamericanos a efecto de que América Latina tenga una sola voz común. En el área chica, la división o discordancia de los países más afectados y vulnerables al cambio climático, en estas circunstancias, no sirve. Sería meterse un autogol.
Habría que generar una solidaridad y colaboración regional con los países del Sistema de Integración Centroamericana, SICA, y que también incluya a África, en pos de una justicia climática que los países en vías de desarrollo deberían plantear desde un principio a los países industrializados responsables de las mayores emisiones de GEI y, en definitiva, los grandes causantes del presente cambio climático.
La ciudadanía
Las organizaciones ciudadanas, tanto en Copenhague como en cada uno de sus países de origen, podrían tener también sus propias líneas de acción.
Habría que denunciar ante la opinión pública a los grandes emisores de GEI planetarios. Son los grandes responsables de tener al planeta pendiendo de un hilo en cuanto a su sobrevivencia. Tal como lo señala el presidente de las Maldivas, estos emisores industrializados son los grandes violadores de los derechos humanos y ambientales del planeta.
Habría que exigir un tribunal internacional que trabaje por la justicia climática y que pueda emitir sanciones éticas a los gobernantes que se resistan a mitigar sus emisiones o coloquen obstáculos para financiar la adaptación a los países pobres y que cargan con los mayores impactos y vulnerabilidades al cambio climático.
Esta es quizá una acción global y local. Habría que sancionar éticamente la inacción, el mutismo y la lentitud en la adopción de políticas públicas respecto al cambio climático. Las autoridades locales, regionales y nacionales, deben ser sometidas a la observancia, crítica, fiscalización ciudadana y la sanción moral y política para quienes sean negligentes con esta responsabilidad pública.
Finalmente, la ciudadanía también tiene su propia corresponsabilidad y sus propios compromisos en la mitigación, adaptación y generación de capacidades desde la gestión ambiental local. En primer término, la ciudadanía debe incidir con decisión en las políticas públicas nacionales, regionales y locales respecto al cambio climático. Es su deber y su derecho. Asimismo, los diálogos públicos, las audiencias, las prácticas innovadoras de Ecobarrios y la generación de Planes Locales de Cambio Climático, podrían ser, entre otras iniciativas, modalidades a replicar en diversos ámbitos.
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