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Luis Alberto Gallegos

Cumbre Mundial de Cambio Climático: De Copenhague I a Copenhague II

Santiago, Chile, jueves 5 de noviembre de 2009, por Luis Alberto Gallegos, editorial Boletín GAL.-  Las miradas ambientales del mundo político y ciudadano están puestas hoy en la Reunión de Barcelona. Allí, se define esta semana lo que se ha calificado como la “arquitectura” de un acuerdo global sobre el cambio climático a debatirse en la Cumbre de Copenhague del 7 al 18 de diciembre próximo.

Las señales que emite la reunión de Barcelona, al parecer, configura un escenario en donde se han agudizado notablemente las contradicciones y conflictos entre los diversos actores que la componen. Es más, podríamos advertir que Barcelona es, de alguna manera, un ensayo de laboratorio o entrenamiento y ejercicio de lo que será la Cumbre de Copenhague.

África, por ejemplo, golpeó la mesa al boicotear las sesiones iniciales a fin de producir un efecto de impacto y de severa crítica a los países industrializados que se resisten a definir montos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). África apenas contribuye con el 3,7% de las emisiones globales, pero es la región más afectada por el impacto del cambio climático en cuanto a sequías, desertificación, hambrunas, epidemias y migraciones. África está, por decirlo de algún modo, al borde de la desesperación por lo que percibe será escenario de graves consecuencias humanitarias y conflictos sociales debido a este fenómeno. Lo mismo podrían decir las islas Tuvalú y Maldivas debido al aumento del nivel del mar que las inundaría totalmente.

No obstante, los líderes de las grandes decisiones políticas globales en esta materia como EEUU, Comunidad Europea, China y Japón, al parecer están atrapados en sus propios problemas o con sus propias prioridades o estrategias.

Líderes mundiales discordantes en sus compromisos

El gobierno de los EEUU está relativizando la importancia que los científicos y la ONU le atribuyen a la Cumbre de Copenhague y preferiría entenderla como un primer paso a ratificar en el 2010 ó en años venideros. El gobierno de Barack Obama está a merced del lobby y presión de las grandes corporaciones y del boicot del partido Republicano que, desde la Cámara Alta, quizá pudiera otorgarle un plan de acción para Copenhague, pero no le brindará una Ley Ambiental antes de fin de año ni la autorización para sellar mayores acuerdos climáticos. Obama está atado de manos.

La Unión Europea (UE)  ha venido liderando propuestas audaces y ambiciosas en compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de hasta el 20% para el 2020, pero no está en condiciones de actuar sola. Requiere de los EEUU. Y ello se lo ha dicho la canciller federal alemana, Angela Merkel, en reciente visita a Washington. La UE no está dispuesta a asumir sola el cúmulo de responsabilidades que significa la reducción de emisiones y el aporte financiero para la adaptación de los países en desarrollo, a pesar de que sus ofertas hayan sido hasta el momento bastante generosas.

China hasta el momento parecer estar jugando el papel de líbero y más interesada en defender el crecimiento de su PBI que la mitigación de GEI. A pesar de haberse constituido en el país emisor más grande del planeta, China no tiene el ánimo de asumir sus responsabilidades globales. Espera -con el pretexto de perpetuar el protocolo de Kioto que no le obliga a reducción de emisiones-, conocer, en su calidad de país no industrializado, qué le pueden ofrecer a cambio en materia de recursos financieros para la adaptación.

Japón mostró disponibilidad con su nuevo primer ministro de centroizquierda a reducir en un 25% sus emisiones de GEI para 2020, pero tampoco desea dar pasos sin tener la certeza de contar con otros aliados como los EEUU.

América Latina no atina

Latinoamérica no dispone de una voz ni una propuesta común. A pesar del intento confrontacional de los países agrupados en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), del empeño de los gobiernos del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), de la presión de los pueblos originarios y de los débiles reclamos del Mercosur, esta región -considerada altamente vulnerable al cambio climático por la pérdida de glaciares, deforestación, subida del nivel del mar y sequías-, no ha podido articular una estrategia definida. Una pena.

Brasil, uno de los mayores emisores de GEI, no ha logrado articular un movimiento regional. En un momento ha pretendido aliarse con Alemania en torno a este tema, con el propósito quizá de consolidar su política de exportación de biocombustible antes que un intento serio de reducción de GEI. Lo más rescatable es, en todo caso, su decisión de revertir la deforestación de la selva amazónica con compromisos de reducirla hasta en 73% para el 2017.

Venezuela ha estado muy discreto en las negociaciones de las reuniones globales previas a Copenhague. La razón probable es que sus intereses petroleros están más por encima que los intereses globales del cambio climático. Incongruencias de un gobierno bolivariano.

Chile ha tenido una ocasión de oro para posicionarse en este tema del cambio climático en la región latinoamericana. Pero la ha desaprovechado hasta el momento. Las atenciones internas concedidas al proceso legislativo de la institucionalidad ambiental y las urgencias de cumplir con los compromisos y requerimientos para acceder a la OCDE, se han constituido en prioridades antes que el diseño y ejecución de una política líder en América Latina respecto al cambio climático. Aún hay tiempo. Liberado sustancialmente del tema de la institucionalidad ambiental con el avance en los acuerdos legislativos con la oposición, Chile podría despejar opciones para asumir de un modo más eficiente y con liderazgo el tema del cambio climático a partir de 2010.

En este escenario global, lo más probable es que la actual Reunión de Barcelona no pase de ser un símil de lo que ha ocurrido en las reuniones globales de Bali, Bonn y Bangkok: interesantes debates, con voluminosos documentos y con grandes temas sin resolver (en corchete). Quizá pudiera avanzarse en definir una “arquitectura” de un acuerdo y de articular alianzas previas a Copenhague, pero no hay que hacerse muchas expectativas.

¿Qué nos depara la Cumbre de Copenhague?

Sin pretender ser pesimista, lo más realista es entender la Cumbre de Copenhague de diciembre próximo como una ocasión en donde probablemente se apruebe un acuerdo político básico plagado de  buenas intenciones, aunque no vinculante. Una oportunidad en donde no necesariamente se definan cifras precisas de porcentajes de reducción de emisiones de GEI de los países industrializados, ni tampoco dónde se establezcan compromisos numéricos acerca de recursos financieros para la adaptación en países en desarrollo, ni menos en donde los países en desarrollo asuman en verdad sus “responsabilidades comunes, pero diferenciadas” en materia de emisiones.

La espada de Damocles que amenaza en este escenario es, en verdad, lo que los científicos han aseverado que, de no acordar reducciones drásticas de las emisiones de GEI – hasta un 40% para el 2020 por parte de los países industrializados-, podría haber un aumento de hasta dos grados Celsius en el calentamiento global con consecuencias catastróficas para el planeta y la humanidad.

Copenhague podría ser, a menos que se produzcan eventos notables que alteren las tendencias, una Cumbre en donde los gobernantes de los países ricos prioricen el uso de sus calculadoras políticas y financieras, antes que pongan por delante conductas éticas, sensatas y de sentido común que el desastre del cambio climático nos impone y depara.

Copenhague no termina en Copenhague. Esta Cumbre no termina el 18 de diciembre próximo, día de su clausura. Lo más probable es que la Cumbre Mundial del Clima se proyecte al 2010 en búsqueda de mejores condiciones, escenarios y disposiciones de los líderes mundiales y sus países.

Incluso, no sería extraño que Copenhague se proyecte para los próximos cinco años venideros o más.

El cambio climático –ya lo han dicho los científicos del IPCC-, es de largo plazo y de prolongado aliento. Sus hitos tienen que ver con los escenarios de los años 2020, 2050 y 2100, fechas en donde los decidores de las políticas públicas climáticas y ambientales ya no serán de esta generación de políticos. Las decisiones estarán en manos de nuestros hijos y nietos. Ellos serán, quizá, más sabios que todos nosotros para cuidar este hogar llamado Planeta Tierra. Ojalá, en todo caso, que alcancen a sobrevivir para ello.

De la Cumbre Copenhague I a la Cumbre Copenhague II

Mientras tanto, ¿es posible hacer algo? Por cierto, sí.

La ciudadanía –que es la que realmente sufre ya el impacto de la carencia de agua, desertificación, cambios de sus cultivos, epidemias, inundaciones y migraciones-, tiene en definitiva como siempre lo ha hecho en la historia ante desastres, el instinto y vocación de sobrevivencia y la responsabilidad de contribuir a la mitigación, la adaptación y generación de capacidades frente al cambio climático.

A este fenómeno global se le enfrenta, también y sobre todo, en la gestión ambiental local (GAL). El cambio climático está y va seguir afectándonos con mayor énfasis en adelante, atravesando por largos y complejos procesos sociales, políticos y ambientales a nivel global y local.

Del mismo modo como algunas organizaciones ambientales ciudadanas protagonizan luchas globales exigiendo drásticas reducciones de emisiones a los países industrializados, asimismo es indispensable que en nuestras organizaciones locales podamos articular fuerzas, ganar experiencia en prácticas innovadoras y obtener resultados visibles y eficaces en la acción local, barrial y comunal.

Copenhague y todas las cumbres que vendrán en el futuro en torno al cambio climático, tienen su sentido fundamentalmente en lo que nosotros podamos hacer para enfrentarlo en la casa, escuela, lugar de trabajo, gobierno local y servicio público.

Nuestro desafío es que la Cumbre Copenhague I, que hoy es escenario de las decisiones de las grandes potencias –principales causantes del presente cambio climático-, se transforme en el futuro en la Cumbre Copenhague II, en donde la ciudadanía pueda ser realmente protagónica y en donde la política ambiental y climática sea lo que siempre debió ser: una política ética de preservación de lo más sagrado que tenemos, la vida de la humanidad y de nuestro planeta Tierra.

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