Blogia
Luis Alberto Gallegos

Cambio climático y reforma de la ONU: Desafíos urgentes e interactuantes

Santiago, Chile, martes 5 de enero de 2010, por Luis Alberto Gallegos, editor Boletín GAL.- Copenhague no fue un fracaso. Fue la real y cruda muestra del nuevo escenario mundial y el indicio de cómo las potencias  -las viejas y las nuevas-, buscan resolver los conflictos globales.

Pero, también, podría ser una nueva señal de cómo la actual ONU va perdiendo credibilidad, eficacia, poder y capacidad de gobernabilidad.

La manera extra-institucional por la que los EEUU, China, India, Sudáfrica y Brasil optaron y decidieron imponer  su “acuerdo” a los 187 países restantes de la Cumbre de Copenhague, nos evidenciaría que quizá esa sea la forma de cómo las potencias hoy y en adelante “deciden” los grandes temas globales: al margen de la institucionalidad establecida y a contrapelo de las opiniones e intereses de los demás representantes internacionales.

Estas señales serían expresión de un proceso que algunos denominan la “globalización sin reglas”. (Nieto, 2005)

Una de las lecciones que nos dejaría Copenhague supera largamente el ámbito propiamente climático, y nos proyecta al escenario internacional de una nueva forma de resolución de conflictos en diversas materias: económico, político, seguridad, militar, geopolítico y ambiental.

El alerta a que esto nos conduce es que en Copenhague –considerando, además, las escasas reacciones de advertencia que se han suscitado- se habría afianzado un modo de resolución de conflictos que, en lugar de resolverlos, los agudiza. Y, con ello, se añaden ingredientes que acelerarían la inestabilidad, el desorden y finalmente la ingobernabilidad mundial. (Nieto, 2005)

La institucionalidad mundial, al parecer, ha llegado al límite de un tipo de gobernabilidad que no permite la plena satisfacción a las demandas de sus diversos componentes. Ni los EEUU, ni las potencias emergentes, ni los países en vías desarrollo, perciben que la arquitectura institucional de la ONU les sea funcional a sus intereses. Incluso, podría haber la sensación que este organismo ha resultado incómodo e ineficiente. Es más, no sería extraño que para algunas potencias establecidas o emergentes, la ONU se habría convertido en un estorbo.

Pero el tema es más de fondo.

La ONU tiene, a lo largo de su historia, severos condicionantes que le impiden gobernar con la democracia, eficiencia y equidad con la que sus líderes y los pueblos del mundo desearían. Pero, también es cierto que -dadas las particulares circunstancias en que se generó y evolucionó hasta hoy-, este organismo es lo mejor que los gobiernos del planeta han podido crear en materia de gobernabilidad mundial desde las dos guerras mundiales. Solo basta recordar el papel en las décadas recientes de la ONU en materia de derechos humanos, seguridad, desarrollo y de solución de conflictos en diversas zonas del mundo.

Pero, al parecer, hoy demanda una reestructuración drástica, si realmente debe abordar fenómenos tan graves y decisivos para la especie humana como lo es el cambio climático. Sobre todo, demanda reformas ante el surgimiento de nuevos actores y gestores de lobbies, como las corporaciones transnacionales -con mucho poder y enormes intereses en sectores clave como la energía, el agua y los recursos naturales-, que le disputan -con el aval de algunas potencias-, a los Estado-naciones, en particular de los países en vías de desarrollo, grandes cuotas de poder de decisión.

Mientras este complejo tema de reforma de la ONU esté en el debate, mientras esperemos se instale en las agendas de los gobiernos y los medios de comunicación y mientras dure este engorroso y lento proceso de reestructuración de la institucionalidad global, es posible que los plazos excedan en mucho las fechas-hito que Copenhague ha dejado en lista de espera para este año 2010: Junio en Bonn y diciembre en México.

Reformar la ONU podría ser mucho más difícil, burocrático y tedioso que las urgencias que imponen los plazos y metas del cambio climático. Requiere de inextricables y dilatados períodos de tiempo. Sin embargo, la hora actual impone que los gobiernos, irremediablemente, tarde o temprano, deban lidiar con ambos retos simultáneos en sus agendas: generar propuestas globales o regionales de acuerdos de mitigación, adaptación y transferencia tecnológico-financiera para enfrentar el cambio climático; y, al mismo tiempo, producir iniciativas de reformas institucionales globales a la ONU.

Desafíos nada sencillos, en esta época de una “globalización sin reglas”.

La responsabilidad por la estabilidad, el orden y la gobernabilidad global no depende solamente de las grandes potencias, como pareciera que los EEUU y sus cuatro socios han pretendido irrogarse en Copenhague al asumirse como los “gendarmes del cambio climático”. Esta responsabilidad es de todos, incluida la ciudadanía global.

Pero ello requiere también sus propios procesos, tal como lo habría entendido certera y perspicazmente el presidente de Bolivia, Evo Morales.

Al convocar a una Cumbre Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, Morales ha colocado simultáneamente los puntos sobre las íes, respecto al tema del cambio climático y, paralelamente, en contribuir a descomprimir la tensión sobre la ONU. Pero, a su vez, coloca a su gobierno y a quienes le acompañen el 19 de abril en Cochabamba, en la enorme responsabilidad de generar voluntades, iniciativas y propuestas concretas en ambos sentidos: enfrentar el cambio climático con eficacia y compromisos serios, y proponer fórmulas que favorezcan la democratización global en la toma de decisiones de la ONU acerca de este tema.

Las circunstancias son propicias.

Antes y durante la Cumbre de Copenhague, la ciudadanía global, los pueblos africanos, los países insulares, como Tuvalú  y Maldivas, lograron un avance notable en su participación, movilización y diseño de propuestas acerca del cambio climático. Sus propuestas no se convirtieron en Acuerdos Vinculantes, pero se avanzó en levantar la voz, en sensibilizar a la opinión pública mundial y en establecer amplias alianza entre países y entre organizaciones de la sociedad civil.

Hay lecciones aprendidas y hay ideas. Muchas ideas. Como decíamos en otra nota, la ciudadanía esta vez se movilizó con sólidos argumentos científicos y con demandas concretas y razonables.

Bolivia puede ser en esta ocasión, el “puente” para elaborar propuestas a presentar en Bonn y en México, que incluyan a países de África, América Latina y la Unión Europea –siendo esta última postergada en Copenhague por el acuerdo de “Los Cinco”-.

Bolivia puede ser el escenario donde la organización de la ciudadanía global se rearme de voluntades, conocimientos y propuestas que se presenten, persuadan y presionen a sus respectivos gobiernos a efecto de involucrarlos en una plataforma democrática global que contribuya a desatar los “nudos gordianos” a los que se encuentra atada la ONU.

La Cumbre convocada por Bolivia necesita de “operadores”. Se requieren “bisagras” que viabilicen el proceso entre la sociedad civil y entre ésta y los gobiernos de los países con la voluntad de luchar por la sobrevivencia de la especie humana y contra el cambio climático.

Hoy, es hora de innovaciones, creatividad y de enfrentar los desafíos. Y parece que Bolivia en el Día de la Tierra (22 de abril) podría abrir nuevos senderos para destrabar el desbarajuste que “Los Cinco” dejaron en Copenhague.

No hay manera que la ONU resuelva positivamente el tema del cambio climático, si no es modificando en profundidad su arquitectura institucional, y en donde posibilite que, tanto las potencias desarrolladas como los países en desarrollo, puedan expresar y rubricar sus demandas en esta materia.

Quizá una fórmula sea no necesariamente un acuerdo de los 192 países, si no quizá de ir avanzando por segmentos de los países más emisores a los menos emisores; de los países más vulnerables a los menos vulnerables; acuerdos de los países que coinciden más en los cuotas de mitigación a los menos; compromisos de quienes están más dispuestos a apoyar financiera y tecnológicamente a los países en vías de desarrollo a los que tienen menos recursos.

Quizá el avance en un acuerdo sobre cambio climático, no se exprese en UN acuerdo único, si no quizá en varios acuerdos complementarios. Quizá avanzar en una democratización de las decisiones de la ONU se manifieste en diversas fórmulas que se complementen e integren en un sistema complementario global.

América Latina, del mismo modo cómo lo viene procesando África, debe asumir su propio rol. Brasil –uno de “Los Cinco”-, debería entender que actuar en materia del cambio climático sin la región o, por lo menos, sin los países clave de ella, sólo conducirá a su aislamiento.

En América Latina, hoy es la hora de la concordia en esta materia. Los demás países, incluido Chile, tienen un reto fundamental en esta materia. Y la ciudadanía regional y global, tiene la palabra.

Bolivia nos espera el 19 de abril para abrir un nuevo período en el enfrentamiento al cambio climático. Los resultados de Bonn en junio y México en diciembre, deberían ser muy distintos a lo ocurrido en Copenhague. De los gobiernos sensibles, de la gente movilizada en cada país y de la ciudadanía global depende de los resultados.

0 comentarios